Llegué temprano al hotel donde se hospedaba.
Iba a ser entrevistado en su habitación. Dispondríamos de media hora compartida entre las revistas “Uno Mismo” y “Muy interesante”.
Nos hicieron pasar. Confieso que, ignorando el protocolo, saludé al Dalai con un cordial apretón de manos.
Los periodistas comenzaron su trabajo. Había un traductor y también estaba Mónica Oportot, la fotógrafa oficial. A ella le pedí que fotografiase con mi cámara, gentilmente lo hizo, logrando la imagen que acompaña estas líneas.
Todo transcurría fluidamente. Recuerdo unas frases del entrevistado: “Siempre se dice que todo lo que es del Oriente es malo… ¿Se han preguntado de donde proviene Jesús?”. (Como para pensarlo ¿Verdad?).
Me percaté que el S.S. el Dalai Lama era un hombre con una gran claridad mental.
Sin dejar de estar respondiendo las preguntas, el estaba completamente al tanto de todo lo que sucedía en su habitación.
En una parte de esta historia, tratando de buscar un ángulo diferente para hacer mi trabajo, casi me caigo encima de la periodista, trastabillé y, rápidamente recobré el equilibrio. Solamente el Dalai Lama se percató de lo ocurrido. Nos miramos a los ojos y reímos como niños. Los demás se preguntaban sin palabras: ¿Qué pasó? ¿Qué le sucede a estos dos? El lama y yo compartimos el secreto y seguíamos riendo con cómplice e inocente alegría.
Llegó el momento en que el tiempo terminó.
El entrevistado debía ir al Templo de San Francisco. Allí sería recibido por representantes de diversos credos y organizaciones religiosas.
Me apresuré en llegar. Me puse en primera fila con mi cámara. Frente al altar se encontraban los anfitriones. Con sus ropajes de gala, algunos ( es mi apreciación muy personal) con unos egos pavorrealescos. Cuando llegó el invitado de honor. Sencillo, con su hábito simple y calzado con hawaianas, miraba en derredor con humildad, y parecía inquirir para sí: “¿Qué hago yo en medio de gente tan importante?”…
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